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Investigación y cambio climático
Fuente: Deia
Anil Markandya, Director científico BC3 (Basque Centre for Climate Change), junto a los miembros del Comité Científico de Klimagune Workshop 2011: Alberto Ansuategi (profesor Fundamentos análisis económico I), Alejandro Cearreta (profesor de Micropaleontología), Marta Escapa (profesora Fundamentos análisis económico I), Javier Loidi (catedrático de Botánica), Jon Saenz (profesor Física Aplicada II), Ibon Galarraga (research professor BBC3), Mikel Gonzalez (research fellow BC3) y Elena Ojea (postdoc BC3).
La temperatura media de la superficie de la Tierra es de unos 15ºC, aproximadamente 33ºC superior a lo que sería si no existiese en la atmósfera una capa de gases, entre los que se encuentran entre otros el vapor de agua y el dióxido de carbono, con capacidad para influir en el balance de energía entre el Sol y la Tierra. El vapor de agua está controlado por procesos naturales de evaporación y precipitación y su concentración global en la atmósfera varía como respuesta a los cambios de temperatura global, por lo que tiene un carácter marcadamente diferenciado respecto al dióxido de carbono.
Antes de la Revolución Industrial, la atmósfera terrestre contenía unas 280 partes por millón de dióxido de carbono y esto situaba el termostato del planeta en una temperatura media global de unos 14ºC. Las burbujas de aire atrapadas en los hielos de la Antártida y Groenlandia demuestran que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera durante los últimos 10.000 años ha sido casi constante hasta el siglo XIX. Fue precisamente este nivel de concentración de gases de efecto invernadero y las condiciones climáticas derivadas las que condicionaron la localización de los principales asentamientos humanos, la elección de las prácticas agrícolas y ganaderas que hemos heredado, la evolución de los flujos comerciales que han configurado la economía mundial, y el desarrollo institucional y cultural de las sociedades del planeta.
Sin embargo, la quema de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) que permitió el despegue industrial de las economías occidentales supuso también el aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera a una velocidad sin precedentes. Así, esta concentración es actualmente de casi 390 partes por millón y sigue creciendo con una tasa aproximada de dos partes por millón cada año.
Gran parte del esfuerzo investigador realizado por la comunidad científica internacional en las últimas dos décadas se ha centrado en tratar de entender y predecir qué pasará si la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera sigue aumentando y se supera antes de la mitad de este siglo el umbral de las 450 partes por millón. Las proyecciones para el futuro realizadas por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) predicen en ese caso efectos tales como el aumento de la temperatura media mundial de más de 3ºC antes de finales de este siglo, el aumento de la aridez en las regiones de latitud media, una mayor variabilidad y frecuencia de eventos climáticos extremos, un ascenso del nivel del mar etc. En cuanto al impacto económico, la mayoría de los estudios llegan a la conclusión de que el cambio climático ocasionará gastos económicos muy superiores a los de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, todas estas proyecciones tienen grandes limitaciones. Muchas surgen de la falta de una comprensión perfecta de elementos tan importantes como los procesos de circulación oceánica. Otras responden a la naturaleza imprevisible de los comportamientos sociales y los procesos de innovación tecnológica.
No obstante, el calentamiento global es uno de los mayores retos que ha debido afrontar la humanidad hasta ahora y la clase política y la sociedad en general esperan que la comunidad científica aporte los elementos necesarios para articular una transición viable a una era post-carbono. El diseño de una estrategia de mitigación y/o adaptación al cambio climático está requiriendo un gran esfuerzo investigador.
La compartimentación de áreas de conocimiento es una barrera importante para abordar problemas tan complejos y multidisciplinares como el del cambio climático. Los investigadores del cambio climático deben ser capaces de tender puentes entre las diferentes disciplinas y buscar un lenguaje común que les permita comunicarse entre sí a meteorólogos, climatólogos, físicos, biólogos, geoquímicos, economistas y otros especialistas que abordan, desde disciplinas diferentes, el mismo problema. Fue precisamente esta reflexión la que llevó hace ahora tres años, en abril de 2008, al Gobierno vasco y a la UPV-EHU a impulsar la creación del Basque Centre for Climate Change (BC3). Nació con el triple objetivo de (1) complementar desde el ámbito de la socioeconomía otros esfuerzos que se estaban realizando a nivel europeo para superar la sectorización del conocimiento en cambio climático, (2) reforzar las capacidades del sistema vasco de ciencia en general y de la UPV/EHU en particular en este campo, y (3) profundizar en el análisis de los impactos y posibles respuestas que desde el ámbito regional se podrían producir.
El Workshop Klimagune 2011, que se celebró en el Palacio Euskalduna el pasado viernes, es una de las iniciativas impulsadas desde el BC3 para compartir conocimiento y proyectos entre los diferentes grupos de investigación que abordan esta temática en el País Vasco, una inmejorable oportunidad para que científicos de diferentes disciplinas y centros del Red Vasca de Ciencia y Tecnología procedamos a tender puentes entres nuestras correspondientes áreas de trabajo, una jornada que contribuye a entender mejor las complejidades de este enorme reto al que como sociedad (la de hoy y la de mañana) debemos hacer frente.